Ezequiel 22, 30:
Yo he buscado entre ellos a alguien que se interponga entre mi pueblo y yo, y saque la cara por él[b] para que yo no lo destruya. ¡Y no lo he hallado! Por eso derramaré mi ira sobre ellos; los consumiré con el fuego de mi ira, y haré recaer sobre ellos todo el mal que han hecho. Lo afirma el Señor omnipotente».
Isaías 62, 6-7:
Jerusalén, sobre tus muros he puesto centinelas que nunca callarán, ni de día ni de noche. Ustedes, los que invocan al Señor, no se den descanso; ni tampoco lo dejen descansar, hasta que establezca a Jerusalén y la convierta en la alabanza de la tierra.
Dios solo puede actuar en su pueblo, cuando su pueblo a través de la oración le da permiso de hacerlo.
Dios necesita de personas orantes para poder llevar a cabo su obra en nuestras vidas, familias, ciudades y nación. No porque el no pueda hacerlo sin nuestro permiso, sino porque el estableció no intervenir sin nosotros.
Nosotros somos los que abrimos las puertas, o del cielo, o también del infierno. Somos los que autorizamos la obra de Dios (o del mal). Por esta razón Dios necesita de nosotros para poder intervenir y salvarnos.
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